viernes, 4 de abril de 2014

Antónimo Marchado


La oscura blancura poblaba el paisaje
mientras me acompañaba la soledad.
Se escuchaban lagrimas de risa,
que enmudecían los gritos del atardecer.

Viendo lo ciego que había hecho
que mi alma fuese algo corporal.
Volando en las aguas del infierno,
volcando todo hacia mi interior.

Buscando piezas que había encontrado,
cuando me entretenía en aburrirme en mi.
Localizando parajes remotos, sin sitio,
en el mapa no escrito de mi humanidad.

Sublimando deseos e instintos perversos,
que buscaban salidas entrando hacia fuera,
saliendo de noche cuando amanecía,
acostándose en camas de nubes y hiel.

Caminando senderos que nadie ha transitado,
que se hacen poco a poco, cuando voy hacia atrás,
revolviéndome siempre hacia delante, girando sin sentido,
devolverme al principio, cuando llego al final.

Antónimos, sinónimos, marchando en grupos dispersos,
letras que se unen, para luego volver a explotar,
subiendo hacia abajo, bajando hacia arriba,
en una montaña rusa, en la estatua de la libertad.

Anglicismos españoles, viajando por el mundo,
metido en un planeta que es una estrella lunar,
alunizando en galaxias, más allá de la tierra,
tierra que brama para volverse a enterrar.

Escribiendo versos, con precario sentido,
escupiendo ideas, que vuelvo a vomitar,
descubriendo a locas y a tontas sesiones,
sentado en el agua brava de la pasividad.

Resurgiendo de pronto para volver a acostarme,
soñando despierto, lo que en pesadilla no se volvera,
convirtiendo en cobre todo lo que no toco,
tocando la melodía de un nuevo despertar.

Acabando, rebobinando para adelante,
y volviendo todo a empezar, cada vez más,
hace que todo se venga a menos, incrementando,
esta amarga compañia con la dulce soledad.


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